Tuesday, December 28, 2010

La Floridita

Dicen que cuando uno va a La Habana, tiene ciertos sitios obligados por conocer… como la plaza de la Revolución, el monumento a José Martí, el Capitolio, el Malecón.

Entre todos los lugares, la ciudad vieja genera sin duda admiración. No sólo porque parece que uno deambula por otros tiempos, sino que la música de fondo de algún guitarrista, las farolas antiguas, los edificios de otros siglos integran un escenario extraordinario.

Muchas guías recomiendan pasar por la Bodeguita del Medio, por donde Heminway pasaba por un mojito. Yo, en cambio, recomiendo La Floridita, bar por el que descansaba el literato del “Por quién doblan las campanas”, pero para un Daiquiri.

Este célebre bar, de más de 180 años, infunde una sensación de vibra en el alma. No sé si serán los músicos en la puerta, el olor al puro cubano, o las ganas de probar el famoso daiquiri, después de horas de caminata.

El ron domina el ambiente, y como sucede en éste tipo de lugares, la presencia de un hombre famoso entrega a una atmósfera especial y a una sensación de amistosa filosofía.

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Sunday, April 27, 2008

A Olga

El 23 de diciembre pasé, fugazmente, a abrir unas cajas para buscar las sabanas para dormir esa noche. Era nuestra primera noche en Bonpland, pero antes teníamos mi fiesta de 27 años.
Muchas cosas pasaron esa noche que valen la pena tener siempre presente, aunque no hacen a esta historia precisa. Ésta está dedicadamente solamente a Olga.

Los primeros días estuvimos ella y yo, acostumbrándonos a los ruidos nuevos, a sus vecinos y al barrio. La primer tormenta, en la cual creí que al despertar todo iba a ser desastre resultó un caluroso día azul. El primer asado, donde no teníamos ni cubiertos y tuvimos que hacerlo con una percha, no tiene comparación. La primera vez que intentamos cerrar toda la persiana del living, ni de a dos podíamos abrirla, y terminamos colgadas cual monos riendo sin parar. Hoy esa persiana nunca se volvió a cerrar completamente.

Olga fue el lugar de reunión por excelencia, donde varias noches fue el centro de noticias, acontecimientos y fiestas de año nuevo.

Su interior pasó por varios momentos, donde rodeada de cajas tuvo pocos muebles, o demasiados. Frío en invierno, calor en verano, gatos invasores...todo valió la pena.

Hoy, después de dos años de haber convivido junto a mi amiga del alma y su perro fiel, me despido. Lo hago con el corazón lleno de recuerdos gratos y mucha felicidad. No sólo por haber vivido bajo su techo, sino porque aquellas fantasías de vivir con mi amiga se hicieron realidad… y fueron mejor de lo que alguna vez pude imaginar.
Los voy a extrañar.

Friday, February 08, 2008

St. Louis

Some weeks after I had arrived to the United States to study, some had arisen with the idea of visiting St. Louis.

I have the memory of a very cold morning when they picked me up. We were a group of students from different parts of the world, euphoric with a different day.

Upon arrival, on the banks of the Mississippi, we came across with an engineering marvel of 190 meters high known as the "gateway to the West": The Arch. To reach it, we had to go across a park completely snowed. To our surprise, this thin arc offered the opportunity to climb in the smallest elevator I have ever seen, where there were literally four people seated. Upon reaching the top, we found a corridor and some windows similar to that of an aircraft. To be able to look through them one had to lie, that way it was easy to stare at the entire city and some designs in the snow especially made by those who roam around.

After lunch we had to decide other activity, some of us went to the zoo and others to the museum of fine arts. We went back to being kids, running-as it had generated a war of snow-through the aisles among animals.

I hope I never forget the deep laughter of that day…

Thursday, January 31, 2008

Asilah

Uno puede pensar que está del otro lado del mediterráneo, pero está en Marruecos, en una ciudad amurallada en blanco y azul.

Un lugar donde hoy algunos afortunados –y también ricos- poseen algunas de estas casas. Sus pasillos son silenciosos y decorados por puertas enormes pintadas con distintas gamas de verde. Las santa ritas caen de sus balcones mezclándose con aquel color inmaculado de las calles, algunas decoradas con murales.

Pero a veces, ese silencio de sus callejuelas se interrumpe con cuchicheos, que al acercarse se traducen en chicos jugando con un ¨trompo¨, como fantasmas de otra época, que al doblar la esquina desaparecen.

Al final del laberinto de arterias de esta pequeña ciudad, uno llega al mar donde el atardecer es todo un panorama semejante a un cuadro. Allí también está el cementerio musulmán, que al contrario de ser lúgubre, sus tumbas son una combinación de azulejos perfectos.

En Asilah, se respira la magia de la quietud, esa calma que te permite saborear, el tiempo con detalle, y te deja delante de la maravilla de poder observar, lo pequeño, las pequeñas cosas con sentido.

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Cordoba

Cómo no enamorarse de un lugar donde el olor a azahar es tan fuerte que te llena los poros. Más si uno justo llega para el festival de patios.

Córdoba, sus callecitas se hacen eternas al parar en cada puerta para poder espiar sus patios andaluces.

Mucha gente no debe saber que en el s. XI soñaba con ser la mayor y más culta capital de Europa; en ella convivieron en perfecta armonía judíos, musulmanes y cristianos. Fue cuna de filósofos, científicos, artistas y sabios.

Infaltable la plaza de los naranjos donde aquel aroma a azahar hace muy difícil describir lo que uno siente. Debo ser una de las pocas personas que al pensar en Córdoba no resalta la Mezquita. Si, es increíble, la mezcla de religiones y culturas impacta, sobre todo, que dentro de ella hayan construido una Catedral. Pero al salir de su recorrido repleto de columnas, uno vuelve a sus naranjos en flor, por ende al maravilloso azahar.

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Monday, January 28, 2008

Marhaba Palace

No hay nada mejor que tener amigos en el lugar de destino, pero mucho mejor, si éstos tienen un restaurant! Nati, mi amiga, dio vueltas por varios lugares para terminar formando una familia en Tánger, y ahí mezclarse entre los aromas y sabores marroquíes.

Marhaba Palace es el nombre de este increíble lugar, tal cual me lo había imaginado cuando me contó de su existencia. No me acuerdo el número de mesas, pero seguro eran más de 30. Toda la decoración era tradicional pero no abundante.

Nuestra mesa, nuestra porque allí nos sentamos todos los días, estaba frente al escenario. Una vez, hasta me atreví a subirme, con la hija de Nati, Sofitita – personaje que seguramente será multiétnica cuando crezca- para tocar la pandereta con una shashiya
, gorro tradicional.

Es tradición tomar un rico té de menta después de cada comida. En Marhaba, tienen su propio ritual, donde el mozo lo sirve en unas tacitas desde una altura respetable.

Los aromas y las especias son un alimento fundamental y muy utilizado en la cocina marroquí. Son muchos los platos que contienen especias tales como la canela, pimentón, menta, azafrán, la pimienta negra, el comino etc.

Durante los pocos días que estuvimos en Tánger disfrutamos del arte culinario allí mismo.
Pero no todo fue couscous y kebabs, guisos tipo tajines con carne acompañados de verduras.
Sino, que el último desayuno en la casa de Nati, fue abundante y riquismo.

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Saturday, January 19, 2008

Tanger

Cruzamos el Mediterráneo en barco, escuchando al Nano. Adelante nuestro estaba África y dejábamos detrás al viejo continente. El puerto de Tánger nos sorprendió, no imaginábamos una ciudad tan grande, aunque la cantidad de gente en él no era lo que esperaba.

No nos esperaba nadie, así que con mochila a cuestas empezamos a movernos en busca de la Tangerina, nuestro hotel. El laberinto de callejuelas sin nombre complicaba la situación. Mohammed, un marroquí de 10 años se convirtió en nuestro guía. Mientras contaba sobre su escuela, se iban uniendo otros chicos en la caminata. Así fue que al llegar al hotel en la Kasbah, la propina tan deseada era requerida por todos y no sólo por Mohammed.

La Tangerina, resultó ser un lugar soñado, donde la ambientación y sus dueños (Jurgen, alemán y su mujer marroquí, Farida) hacían que todo cerrara en una combinación perfecta. El desayuno compartido entre algunos huéspedes y el matrimonio germano marroquí, la terraza con vista al Mediterráneo, con sus flores y vasijas… no había nada más que pedir.

Por una calle que descendía, llegábamos a la Medina, la ciudad antigua. Una vez ahí uno podía sentir la inexistencia de reglas de transito, o la ley del más fuerte. El mercado no era precisamente esos de Marrakech, pero tenía su encanto. Y las discusiones por los precios, en las tiendas, no tenían ningún desperdicio. Aunque, Fede sí sintió el acoso de la profesión ancestral de los árabes, para el cual tenía sus frases preparadas como sáfe (basta).


Tuvimos suerte de poder recorrer la ciudad acompañados por dos amigos que viven allá. Siempre es mucho más enriquecedor de esa manera: el poder observar con más amplitud que un turista clásico. Acceder a las tradiciones del lugar, sus historias, su gente.

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Friday, January 18, 2008

Un grabado de la Luna


Después de tantos meses con un sólo objetivo en la mente, rodeada de libros y papeles por doquier, amanecí con esa sensación indescriptible del deber cumplido. Esa sensación que inunda de satisfacción, placer, ansiedad, por el tiempo disponible. La simple idea de retomar el reloj de nuestro tiempo.

Salí con mi compañera, quien no podría ser otra, e irrumpimos en el mundo de los tatuajes. El diseño venía conmigo, y la concepción heredada desde hace varios años: “luna en barqueta, marino a la cucheta”, según mi abuelo, la garantía de que será una noche tranquila.

Wednesday, October 11, 2006

Rotterdam's pencil


People made think about Rotterdam as one of the biggest ports in the world; Dutch probably would tell you that. But if you get the time to see it by yourself, you will discover more than that.

This particular city has there own design, and you can see it from the top of the Euromast -184m-, from the water and of course, walking around the streets. I was lucky enough to have a Dutch host and a German friend to join me. But our journey at this place was not common at all. It started on a winter day at 7 am when our host, who was tie up at her work, left us at the bus station.

As you can imagine there are similarities between a ghost city and one very early in the morning. We started wandering around and looking for a cafe or something that will keep us warm and awake until everyone became alive. We had Rotterdam for ourselves for more than two hours.

We got the map and we figured some places we wanted to visit. There was no need for buses, not even the most famous vehicle, the bike; the road was going to take us to that enormous tower. It was near the afternoon when we got there, rashing was never on the schedule.

The fear of height was not planed, we couldn't make it to the 184 meters. Although we found the restaurant that I believe was 20 meters below the top, where the German paid her most expansive tea but we eat deliciously. The view allowed us to see the reason why Dutch are proud of their port, the parks, the Erasmus Bridge and most of the city -this time awake.

We left the tower, with funny anecdotes at the park with some amusing swan. But those didn't stop our long walk, what did stop us was seeing the Pencil Building and some rare square department beside it. How odd it would be if I tell you that my Dutch friend owns a place on that Pencil nowadays?

Anyway, this is for her, her new place at the Pencil Building and her wonderful country.

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Wednesday, October 04, 2006

De paso por Colonia

Terminadas las vacaciones en La Paloma, el recorrido más gasolero era en colectivo a Colonia, y de ahí embarcar lentamente hacia Buenos Aires.

Con la mochila como única compañía, me alejé de la estación para aprovechar las pocas horas que quedaban de mis vacaciones. Sabía que el atardecer era la última señal para subir al barco.

Caminé hacia el centro de la ciudad amurallada que a veces, si los cielos azules lo permiten, vemos desde el otro lado del Río de la Plata.

Sin ir muy lejos me topé con una estructura de otros tiempos, y con aire de tranquilidad. No existe un motivo distinto que el descanso y el relajo, excepto por aquellos ruidos de motos, que hoy por hoy se alquilan en el puerto.

“La casa Nacarello, construida con estilo portugués...’’ oí comentar a una pareja de turistas y de reojo atendía a su explicación. Sin quererlo, en Colonia uno transita calles por donde paseaban las damas antiguas del siglo xviii. La ambientación parece preparada para que deambulemos y no dejemos de asombrarnos por la arquitectura añeja pero colorida. No faltan las flores ni los detalles de los carteles de las avenidas.

En mi recorrido faltaban el Faro y de la Iglesia del Santísimo, íconos de esta pequeña ciudad; que con sólo girar los divisé y hacia allí fui. Mientras tanto, los faroles compañeros de los infaltables empedrados, a medida que iba cayendo el sol iluminan de modo tenue. La gente, poco a poco, iba acomodándose en las mesas de los cafés, mientras que yo daba una recorrida en la orilla mirando el reflejo de unos chicos al mojarse en el agua.

Con el sol escondiéndose, no me quedaba otra opción que subir al barco. Sin querer desperdiciar ni un minuto busqué un lugar en la popa para contemplar el atardecer de una ciudad amurallada.

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Thursday, August 31, 2006

Londres

Londres, una metrópolis que te cuida. Te protege de caídas, de atropellos, de golpes. Porque es así: para ser londinense hay que ser un gentleman .

Mind the gap, retumba en los oídos de cualquier visitante o simple ciudadano al pasear por Londres. Al bajar o subir del underground o tube, aparece la voz de un lord inglés pidiéndonos que seamos meticulosos con nuestro andar. Seguramente con la experiencia de haber salvado a más de un distraído de caer en ese espacio, riesgoso, entre el vagón y el andén.

La protección no es sólo subterránea, sino que también coexiste en las calles. Al mirar al suelo el asfalto vocifera “Look left o right”, evitando que alguna persona, sin sangre anglosajona, sea arrollado desde la izquierda.

En esta ciudad tan cosmopolita como londinense, repleta de íconos, no se olvidan de proteger a aquellos que manejan los emblemáticos buses rojos de dos pisos. Estos deambulan por el núcleo urbano, regalando panorámicas al andar. Y allí donde los árboles se sujetan a sus raíces para no desvanecerse sobre las calles, los avisos son frecuentes: “low tree bus drivers beware”.

Entonces es, hasta irónica, la canción “The London Bridge is falling down” que aprendimos de chicos, que nos advierte sobre los peligros de aquel puente que cruza el histórico Támesis.

La cuestión es clara. El metro te protege al bajar o subir, el puente nunca cayó, la calle te asegura la llegada a la proxima acera, sin morir en el intento, y los colectivos, por ahora, no se tropiezan con los árboles. Londres te cuida.

Saturday, August 19, 2006

Tanguera

El cielo sobrio nubla los colores del barrio de la Boca, mientras algunos turistas deambulan por caminito. A lo lejos unas letras de Cadícamo susurran “... mademoiselle Ivonne era una pebeta en el barrio posta del viejo Montmartre. Con su pinta brava de alegre griseta animó las fiestas de Les Quatre Arts. Era la papusa del Barrio latino que supo a los puntos del verso inspirar...”

Con el gris que opaca los colores rutilantes, con los japoneses que captan imágenes de Gardel, con los chicos que corren, con los enamorados que se besan, con los dueños de los puestos de pinturas, con el viejo que toma mate en la puerta de su casa, con los bailarines que esperan aplausos, se encuentra ella, tanteando un respiro después del dos por cuatro.

En un escondite para el descanso, para poder subir las medias que fueron deslizándose en cada paso de baile, está la vieja pebeta. Como supo cantar Cadícamo, “ya no es la papusa del Barrio Latino, ya no es la mistonga florcita de lis” pero sigue de pie, esperando los aplausos de los entendidos.

Sus ojos denotan tristeza, preocupación y nostalgia por lo que alguna vez supo ser: una tanguera. Puede que sus ojos busquen ese caminar arrabalero de aquel que le robó el corazón. Parece ser de esas, que supieron ser bailarinas de las cafeterias porteñas, que aspiraron a ser el centro de La Ideal, pero sólo consiguieron una pareja ocasional. Aparentemente no le apasiona la milonga, por su ritmo más cuadrado y por su alma de tanguera. Sueña con los tiempos en que bailaba en los brazos de algún gil y triunfaba su escueta silueta entre risas y el humo de los puros.

Wednesday, August 09, 2006

Ella

Está allí mientras vos paseas. No sabes si te mira de reojo, directamente o disimuladamente. Siempre estática, hasta escuchar el leve chasquido de una moneda al caer en la lata, sonríe para vos.

Durante los fines de semana salen de sus guaridas para instalarse en diferentes partes de nuestra ciudad. Siempre en lugares que no pueden amparar ni a un turista más. Hay de todos los colores y tamaños, pero ella siempre está: la infaltable estatua blanca.

Todos pasan, y la miran. Hay quienes se detienen a esperar que por cansancio parpadeé, respire porque muchas veces dudamos que puedan hacerlo sin deslizar un poquito la mano. Algunos se preguntan, qué pasa si estornuda o tose, lo mejor para estas estatuas sería no salir si están resfriadas.

Después están los chicos, que contemplan sin poder comprender que esa estatua sea una persona. La examinan, piden a sus padres alguna explicación pero se resignan a observar. Alguno medio inquieto tratará de molestarla, de hacerla reír, pero es imposible: ella sigue quieta. Solamente hasta que ésta, aprovechando la ingenuidad del pequeño realiza un osado movimiento con una sonrisa, consecuencia de la exaltación del niño maravillado (o del sonido de la moneda).

Soportan el frío y el calor, aunque la pintura a veces les juegue una mala pasada, siguen congelados. Detenidos en su propio tiempo, porque para ellos el tiempo no existe, sólo la noche los devuelve a sus rincones.

Tuesday, August 08, 2006

La mano de Amberes

Hoy vamos a ir a Antwerpen en Bélgica, me dijo la alemana. No sabía a qué se refería, pero el sólo hecho de ir para otro país me exaltaba. Ya habíamos hablado sobre cruzar en bicicleta la frontera belga desde Tilburg, pero el frío tajante no ayudaba para la aventura.

Previo desayuno, con la holandesa en el volante y la alemana en el asiento de atrás, partimos hacia esa ciudad de la cual no podía ni pronunciar y ya había resignado todo esfuerzo geográfico para entender cuál era. Me explicaban sobre un gigante que arrojaba la mano de aquellos que no pagaban el peaje en tiempos medievales, pero no había caso.

Durante la perfecta autopista, rodeaba por enormes molinos, a los cuales Quijote hubiera deseado darles batalla, recordábamos aquellos tiempos de estudiantes. No había que preocuparse por mapas, ya que el camino era una línea recta y sólo bastaba esperar el cartel en donde nos despedíamos de las tierras bajas para entrar en las belgas.

Estacionamos frente a un castillo y una muralla. Comenzamos a caminar y como suele suceder en Europa llegamos a la plaza central, sin poder evitarlo nos enfrentamos al célebre gigante. Fotos con una ahí, y la otra posando allá, como suelen ser las postales de un viajero, hasta que la nieve nos empujó a buscar un refugio: la catedral.

Típico lugar turístico, sin querer pagar entrada, decidimos mirar todo lo que nos permitió el guarda desde la puerta y nos fuimos a ver los souvernirs. En su afán por vender más libros que nadie, estos religiosos habían traducido Antwerpen, ubicándome en el mapa: estaba en Amberes.

Con sólo los ojos destapados salimos a recorrer las callecitas. El frío era cada vez más intenso, pero no importó ya que había una parada obligada para un café más adelante. Encontramos la peatonal de la ciudad, escoltada por los mejores negocios de diamantes, pero lo que nos fijó la vista fue una mano. En el medio de una avenida repleta de personas que volvían apuradas por el viento a sus casas, estaba la mano que el gigante había tirado. Inmediatamente surgió la acción típica del turista, la foto. Entre risas y miradas de reojo del habitante belga, no pudimos evitar treparnos cual niñas: la habíamos encontrado!

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Tuesday, August 01, 2006

Evansville


Passengers, the seatbelt sign has been turned on. We are going to be landing in Evansville in 20 minutes. Thank you for flying with us, we hope to see you again. Enjoy your stay.” Those voices in the speaker awakened and welcome me.

While the flight attendant was talking, I could not help looking down through the tiny window. To my surprise, the only things I could see were country fields, a river and a big smoky factory. I remember thinking that most airports are far away from the cities, so I relaxed and got prepared for the landing.

Some students were waiting for me. The anticipation of seeing the city of Evansville was growing every second, but I kept thinking in “haft an hour”, we need to leave the airport area.

While driving, I was getting impatient. The only thing that I could find on Internet was a picture of Main Street and the knowledge of the existence of the Ohio River. That information made me compared Evansville with Boston... big mistake.
Suddenly, one of the students pointed to the right, and said “that’s downtown, and those are the two bigger buildings.” I was shocked. We kept driving. It was getting dark and it looked like USI was never going to appear. At that moment, I wanted to see the university, to see if my imagination was right, because I’ve made a slip with Evansville. The campus did not disappoint me. It was gigantic.

The third day somebody took me for a tour around the city. I discovered it was not as bad as I thought it would be. I discovered that the Ohio River made me feel as peaceful as the Charles River. The little coffee place Penny Lane made me feel like home. I started to see things differently. I understood that I need it to get in touch with this place that was going to be my home for some months. Getting used to the idea that some parts of the downtown area look like a ghost city and nothing to do with my idea of a city. Nobody walk around; people were hiding inside the buildings or stores. Some walk in and out of the Court Building.

Evansville, the first time I heard that name I run into my room to look for an Atlas. Never heard about it before, nobody back home did, but now few argentines knows there is a city called like this and it is in Indiana.

Wednesday, July 26, 2006

Estambul


Visitar Estambul significa visitar la tierra donde vivió mi bisabuela y donde viven hoy amigos. Según los cuentos de mi abuela Dina, mi bisabuela vivió en la calle Pera, donde se encuentra el hotel en el que descansaban los pasajeros del Oriental Express.

Como típica morocha, en esa lejana tierra fui confundida por una turca más. Algo que me favorecía en los bazares, al no ser castigada por los vendedores de alfombras y cerámicas, que gritaban en varias lenguas llamando la atención de los turistas.

Conocí una Estambul blanca y fría, con mucha magia y misticismo. Poder visitar una ciudad de la mano de uno de sus ciudadanos, permite mezclarse más en los laberintos, entre las costumbres, tradiciones y aromas. Durante una semana viví en la casa de mi amigo, Alper, y su familia, que habla poco y nada de inglés. Esa barrera no impidió conocer la cultura que muchas veces se mide por lo culinario, y Turquía no es la excepción. Y al sentarse a la mesa, uno debe saber que se come en grandes cantidades, y nada puede dejar de probarse.

Estambul cuenta con palacios que deslumbran, no sólo por su inmensidad sino por sus lujos. En mi opinión, no hay nada que se compare al Dolmabahce, donde lujosas arañas de cristal cuelgan de los techos y las puertas de varios metros de largo se abren al mar de Mármara.

Es imposible no asombrarse con las mezquitas, y con los rezos que se escuchan por toda la ciudad. Así, no hay placer más exótico que sentarse en un bar, bajo el Puente Galata, tomar té y fumar narguile al atardecer naranja con vista a las mezquitas y sus minaretes. Siempre respetando la cultura, ocultando mi pelo con una pashmina y descalza, entré a varias de ellas, mis preferidas fueron la Mezquita Azul y la Nueva. Estambul, como lo dijo alguna vez Pierre Loti, es "una encrucijada de dos civilizaciones y bisagra de dos continentes unidas por el Bósforo, ciudad de enigma y de nostalgia", a la cual espero volver.


Este artículo fue publicado por el Diario Clarín, 23 de octubre de 2005