Tanger
No nos esperaba nadie, así que con mochila a cuestas empezamos a movernos en busca de la Tangerina, nuestro hotel. El laberinto de callejuelas sin nombre complicaba la situación. Mohammed, un marroquí de 10 años se convirtió en nuestro guía. Mientras contaba sobre su escuela, se iban uniendo otros chicos en la caminata. Así fue que al llegar al hotel en la Kasbah, la propina tan deseada era requerida por todos y no sólo por Mohammed.
La Tangerina, resultó ser un lugar soñado, donde la ambientación y sus dueños (Jurgen, alemán y su mujer marroquí, Farida) hacían que todo cerrara en una combinación perfecta. El desayuno compartido entre algunos huéspedes y el matrimonio germano marroquí, la terraza con vista al Mediterráneo, con sus flores y vasijas… no había nada más que pedir. Por una calle que descendía, llegábamos a la Medina, la ciudad antigua. Una vez ahí uno podía sentir la inexistencia de reglas de transito, o la ley del más fuerte. El mercado no era precisamente esos de Marrakech, pero tenía su encanto. Y las discusiones por los precios, en las tiendas, no tenían ningún desperdicio. Aunque, Fede sí sintió el acoso de la profesión ancestral de los árabes, para el cual tenía sus frases preparadas como sáfe (basta).
Tuvimos suerte de poder recorrer la ciudad acompañados por dos amigos que viven allá. Siempre es mucho más enriquecedor de esa manera: el poder observar con más amplitud que un turista clásico. Acceder a las tradiciones del lugar, sus historias, su gente.
Labels: Marruecos


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