Tanger
La Tangerina, resultó ser un lugar soñado, donde la ambientación y sus dueños (Jurgen, alemán y su mujer marroquí, Farida) hacían que todo cerrara en una combinación perfecta. El desayuno compartido entre algunos huéspedes y el matrimonio germano marroquí, la terraza con vista al Mediterráneo, con sus flores y vasijas… no había nada más que pedir.
Por una calle que descendía, llegábamos a la Medina, la ciudad antigua. Una vez ahí uno podía sentir la inexistencia de reglas de transito, o la ley del más fuerte. El mercado no era precisamente esos de Marrakech, pero tenía su encanto. Y las discusiones por los precios, en las tiendas, no tenían ningún desperdicio. Aunque, Fede sí sintió el acoso de la profesión ancestral de los árabes, para el cual tenía sus frases preparadas como sáfe (basta).
Tuvimos suerte de poder recorrer la ciudad acompañados por dos amigos que viven allá. Siempre es mucho más enriquecedor de esa manera: el poder observar con más amplitud que un turista clásico. Acceder a las tradiciones del lugar, sus historias, su gente.
Labels: Marruecos
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