Saturday, August 19, 2006

Tanguera

El cielo sobrio nubla los colores del barrio de la Boca, mientras algunos turistas deambulan por caminito. A lo lejos unas letras de Cadícamo susurran “... mademoiselle Ivonne era una pebeta en el barrio posta del viejo Montmartre. Con su pinta brava de alegre griseta animó las fiestas de Les Quatre Arts. Era la papusa del Barrio latino que supo a los puntos del verso inspirar...”

Con el gris que opaca los colores rutilantes, con los japoneses que captan imágenes de Gardel, con los chicos que corren, con los enamorados que se besan, con los dueños de los puestos de pinturas, con el viejo que toma mate en la puerta de su casa, con los bailarines que esperan aplausos, se encuentra ella, tanteando un respiro después del dos por cuatro.

En un escondite para el descanso, para poder subir las medias que fueron deslizándose en cada paso de baile, está la vieja pebeta. Como supo cantar Cadícamo, “ya no es la papusa del Barrio Latino, ya no es la mistonga florcita de lis” pero sigue de pie, esperando los aplausos de los entendidos.

Sus ojos denotan tristeza, preocupación y nostalgia por lo que alguna vez supo ser: una tanguera. Puede que sus ojos busquen ese caminar arrabalero de aquel que le robó el corazón. Parece ser de esas, que supieron ser bailarinas de las cafeterias porteñas, que aspiraron a ser el centro de La Ideal, pero sólo consiguieron una pareja ocasional. Aparentemente no le apasiona la milonga, por su ritmo más cuadrado y por su alma de tanguera. Sueña con los tiempos en que bailaba en los brazos de algún gil y triunfaba su escueta silueta entre risas y el humo de los puros.

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