Ella
Durante los fines de semana salen de sus guaridas para instalarse en diferentes partes de nuestra ciudad. Siempre en lugares que no pueden amparar ni a un turista más. Hay de todos los colores y tamaños, pero ella siempre está: la infaltable estatua blanca.
Todos pasan, y la miran. Hay quienes se detienen a esperar que por cansancio parpadeé, respire porque muchas veces dudamos que puedan hacerlo sin deslizar un poquito la mano. Algunos se preguntan, qué pasa si estornuda o tose, lo mejor para estas estatuas sería no salir si están resfriadas.
Después están los chicos, que contemplan sin poder comprender que esa estatua sea una persona. La examinan, piden a sus padres alguna explicación pero se resignan a observar. Alguno medio inquieto tratará de molestarla, de hacerla reír, pero es imposible: ella sigue quieta. Solamente hasta que ésta, aprovechando la ingenuidad del pequeño realiza un osado movimiento con una sonrisa, consecuencia de la exaltación del niño maravillado (o del sonido de la moneda).
Soportan el frío y el calor, aunque la pintura a veces les juegue una mala pasada, siguen congelados. Detenidos en su propio tiempo, porque para ellos el tiempo no existe, sólo la noche los devuelve a sus rincones.
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